Carlos Mood
El discernimiento, una práctica esencial para la vida del hombre contemporáneo
Por: Cl. Damián Pérez Dominguez, ssp

Introducción
Es arriesgado intentar describir una época sin cometer el error de tratar de imponer la propia visión como la única válida. Son tantos y diversos los aspectos que confluyen en la génesis de una época que intentar abarcarlos y explicarlos suficientemente resulta una empresa extenuante para el estudioso y una mole difícil de comprender para quienes no comparten el mismo sentimiento que animó al investigador. Las primeras dos décadas de este nuevo siglo han presenciado la rápida evolución del genio humano en múltiples aspectos. La innovación tecnológica es quizá para muchos el ejemplo más cercano y por lo tanto más fácil de corroborar en lo referente a los grandes avances que la ciencia ha desarrollado, el ámbito de las telecomunicaciones es la punta de lanza de una compleja y sutil transformación del hombre en la más amplia concepción del término.
La comunicación es la raíz que alimenta y soporta el inmenso árbol que es la humanidad, y su estudio es una permanente tarea para los hombres de todos los tiempos. Este fenómeno humano constituye el punto de partida para la óptima comprensión de varias problemáticas que nos aquejan, sin embargo, no siempre nos damos cuenta de su enorme alcance tal como sucede con los fenómenos que tenemos justo en la nariz.
Comunicación y discernimiento
El hombre es un ser relacional, su vida tiende a carecer de sentido cuando renuncia a la generación de vínculos con los demás y con el ambiente que le permite vivir. Las relaciones humanas son consecuencia de la toma de decisiones que trazan el devenir de la vida, por lo tanto, es esencial exponer en qué consiste el discernimiento para después considerar cuan benéfico e incluso necesario es en la vida del hombre contemporáneo que vive en la denominada era de la información, pero con una deficiente calidad de comunicación en sus diversas áreas, a saber, comunicación con Dios, consigo mismo y con los demás.
La comunicación para que realmente lo sea necesita al menos de un emisor, un mensaje y un receptor, cuando alguno de los elementos periféricos falta se puede considerar solo como flujo de información. Hay comunicación cuando alguien tiene algo que decir con una razón clara y a partir de la cual espera una respuesta. La comunicación per se tiende al encuentro de dos o más partes y es puente en la diversidad. Esta sencilla pero fundamental característica no es muy común en los procesos de intercambio de información que hoy muchos denominan comunicación. La comunicación es conditio sine qua non para la comunión. Siendo esta última el resultado de un esfuerzo continuo por la creación de un espacio óptimo para la vida. La comunión es casi como un corolario del binomio comunicación y discernimiento.
El discernimiento, considerado en un primer momento como un proceso incluso mecánico guía al hombre a través de un itinerario en el cual amplía el panorama de la propia vida y de los elementos que la integran. El ser humano nace, vive y muere en un ambiente lleno de interacciones. Todas ellas generan un influjo en aquello que va siendo y colaboran o impiden lo que se quiere llegar a ser. Las decisiones que tomamos nos modelan y conducen, de ahí la importancia de que estas no sean solo el resultado inmediato de una acción, sino el fruto maduro de una reflexión de lo que somos, dónde estamos y qué se quiere llegar a ser. Las relaciones humanas son paradójicamente el fruto y el nutrimento de lo que vamos siendo, sin embargo, la fe es el elemento crucial que condensa el valor del discernimiento y sus efectos en la vida del hombre.

La fe, elemento condensador y cualificador de la comunicación
El tercer elemento que hace las veces de base excepcionalmente sólida para la toma de decisiones es la fe, pues coloca al hombre fuera de la dinámica mercantilista imperante en nuestros días. Aclaro que la fe no es como un antídoto para la voracidad materialista tan presente en nuestra cultura, tampoco es una burbuja que nos aísla de las problemáticas sociales en las que vivimos y de las que de alguna forma somos agentes. La fe no nos libera de la responsabilidad que como miembros de una sociedad tenemos, no es una distinción VIP ni tampoco un estado de ensoñación que nos haga vivir en el mundo a expensas de él. Todo lo contrario, le fe busca transformar la vida del hombre como individuo y como miembro de una comunidad en vistas de una realidad más grande. La comunicación es el camino y uno de los instrumentos para el discernimiento, siendo la fe la mirada y la identidad que conduce el actuar del hombre en busca de la comunión. La fe tiene en la oración el espacio privilegiado para la manifestación de lo que somos y vivimos, en relación con Dios y su presencia en la vida del hombre.
La comunicación humana encuentra en la fe una especie de lente que le permite observar para conocer y evaluar mejor la vida presente, porque agrega la visión de lo “humano” y su relación con lo “divino”, prepara el camino para un encuentro más fecundo de las diversidades y acompaña el camino formativo del actuar del hombre, inserto en una dinámica del mundo evitando actuar como el mundo hace. En síntesis, la fe cualifica la comunicación humana porque la orienta a Dios. La oración es comunicación de gran calidad con Dios, comunicación que genera comunión porque ve y evalúa el presente en vistas de un futuro que no está anclado en la satisfacción de necesidades de tipo material, aunque tampoco se deslinda de ellas, insisto, la fe le da al hombre la capacidad de actuar y vivir en el mundo sin que esto ofusque su punto de llegada. Dios que desde siempre es perfecta comunión cualifica la vida del hombre y sus relaciones.
La necesidad de una comunicación generadora de procesos de comunión
Desde una perspectiva sociológica vivimos en una cultura que propicia la superficialidad y la inmediatez a expensas del paciente cultivo de procesos de comunión. En la introducción de este escrito hice mención de los loables avances en el campo de las tecnologías de la información durante las primeras dos décadas de este siglo. Quede claro que no pretendo etiquetar como “malo” el desarrollo de todas las superestructuras que han agilizado el flujo de información. Insisto más bien en la necesidad de cualificar la comunicación y el uso que hacemos de todos los instrumentos que el genio humano ha creado.
La información es más que cúmulos de datos, son ideas y formas de pensar que se difunden y que influyen en la imagen que el ser humano va formando de sí mismo. Retomando la perspectiva sociológica ampliamente expuesta por estudiosos como Zygmunt Bauman, Gilles Lipovetsky, Luciano Concherio y Byung-Chul Han, la nuestra es una época donde las personas hemos sido despojadas de nuestra condición de personas para ser simplemente objetos o bienes de consumo. Esta condición social es resultado de una constante mutación en la dinámica básica en los flujos de información que explotando su capacidad de alcance han modelado el modus vivendi del hombre actual. Parece que la comunicación ha sido despojada de su capacidad para generar encuentro, priorizando su eficacia en la difusión de información que atiende solo intereses de mercado. Considerar a las personas solo como un cliente por cautivar o como un nodo repetidor de patrones de comportamiento es de alguna forma el sello de como se piensa a la comunicación.
La invitación casi forzada para los cristianos consiste en cultivar la criticidad entendida como una acción que evalúa la información para detener la que desinforma y dar más alcance a aquella que es potencialmente útil. Es cierto que el ser cristiano no nos da la capacidad “nata” para saber distinguir las mentiras, tampoco desaparecen nuestras inclinaciones personales, sin embargo, la enseñanza evangélica si que debe ser en la vida del cristiano la criba por la cual pasar sus acciones. Y es que la criticidad ante la información en el fondo es similar a la acción esencial del discernimiento, o sea, el saber elegir de entre lo bueno lo que es mejor. De ahí la importancia de familiarizarnos con el discernimiento y así poder ponderar el alcance que las decisiones que tomamos y que lamentablemente no siempre son fruto de una reflexión.
El discernimiento nos da las herramientas y nos adiestra en su óptimo uso a fin de que lo que vamos siendo cada día no sea el simple resultado de los intereses que mueven las campañas de marketing, no ser las marionetas del mercado, sino personas con dignidad y conciencia de sus acciones en favor de la creación y en el caso de que ya los haya, mejorar los espacios y dinámicas de comunión, encuentro, diálogo y participación.
Consideraciones finales
La enseñanza evangélica es una mina y una brújula para el hombre contemporáneo. Esta afirmación quizá no es del todo aceptada porque han sido tantas las ocasiones en las cuales se ha propiciado el descrédito y el prejuicio sobre el cristianismo, aceptando también los errores que han aportado lo propio al surgimiento de una cierta desconfianza al cristianismo y a las religiones. Sin embargo, son grandes todavía los espacios sociales y culturales en los cuales el evangelio tiene presencia o puede tenerla.
Diversas áreas de la comunicación deben ser movidas e inspiradas por la riqueza del evangelio. La práctica del discernimiento constituye una preciosa herramienta para cualificar la vida, desde la forma en cómo tomamos las decisiones de nuestro día a día. La conciencia de que la vida humana es constantemente el objeto de deseo de muchos intereses económicos debe colocar al ser humano en un estado de vigilia atenta para no ser solo un eslabón más en la cadena de consumo que impera en nuestro tiempo. La denominada cultura del encuentro constantemente referida y animada en los discursos del papa Francisco constituye un camino de decidido crecimiento personal y comunitario que se implanta con facilidad en una forma de ver las relaciones humanas además de necesarias y por tanto vitales para la salud humana, como el terreno mejor para el nacimiento de procesos de comunión que tienen en la comunicación su primer paso.
El discernimiento realizado desde la fe da a luz nuevos modos de actuar en el mundo sin pasar a formar parte de sus dinámicas utilitaristas, claro está que esto es un proceso lento y en más de una ocasión requiere volver a andar lo recorrido para integrar suficientemente la riqueza de la enseñanza que busca echar raíces en la debilidad humana. Es cierto que el ser humano es la principal fuerza generadora de los fenómenos que lastiman nuestro mundo, pero estoy convencido de que el mismo hombre es igualmente capaz de resarcir el daño. El elemento crucial para transformar nuestras acciones está en la calidad de las relaciones que cultivamos con Dios y desde las cuales vamos creciendo y madurando. Dios es la plenitud de sentido para la vida humana, pero es necesario dar el paso que va de la aceptación pasiva de Dios a la comunicación creadora de un nuevo hombre, hombre en constante diálogo con su Creador que le recuerda su misión al tiempo que le mueve a poner en práctica la riqueza que ha recibido. El hombre contemporáneo encontrará el camino que plenifíca su vida en la medida que se vaya animando a hacer de Dios no un elemento accesorio sino el centro y el punto de arribo de todas las acciones.