Carlos Mood
Aferrados por Cristo, en el ejemplo de san Pablo
por Suor Anna Matikova, FSP | Traducción de Cl. Damián Pérez D. SSP
*Artículo publicado en “Famiglia Cristiana” en noviembre de 2021, edición especial con ocasión del 50 aniversario del nacimiento a la vida eterna del padre Alberione.

Han transcurrido varios años, pero todavía me viene a la mente un episodio a primera vista banal, una vez me encontré a un padre benedictino. Después de haberme presentado como Hija de san Pablo él queriendo hacerse el gracioso me respondió: “Pensaba que san Pablo no se había casado. ¿Cómo es que tiene hijas?” en aquel tiempo era una muy joven religiosa y tenía muy poco de aquello que denominamos “santa audacia”. Por ello con mucha cortesía respondí, más bien balbucíe algunas palabras respecto al vínculo espiritual entre el Apóstol de los gentiles y la familia que lleva el nombre de Paulina.
Sin embargo, después de tantos años y a pesar de la fugacidad de aquel momento, todavía hoy continúo pensando y en ocasiones construyo diálogos imaginarios en los cuales mi interlocutor quedaría muy asombrado por una convicción verdaderamente digna del apóstol que no tuvo temor de enfrentar incluso a Pedro, el jefe de los doce.
¿Y cómo se desarrolla un diálogo de este tipo? Pienso en el fragmento de la carta a los gálatas (4,19) y digo extrayendo de mi aljaba la primera flecha. Pero luego pienso y opto por un tono menos agresivo: “¿no es quizá incluso él un hijo de san Benito?”. Así enfrento la pregunta con otra pregunta (como se dice que proceden los jesuitas). “Sí, soy un hijo espiritual de san Benito, porque es el que nos ha fundado”, precisa con orgullo el miembro de la orden benedictina. Y agrega: “¿Pero san Pablo no ha fundado ningún instituto, no sería más correcto si se hicieran llamar ‘Giacomiani’ o bien ‘alberionianos’”? Respondo rápidamente: “No, no podemos llamarnos así porque nuestro fundador ha insistido en manera muy clara: “Después de mi muerte no se hable más de mi, sino solo de san Pablo: él es el fundador, el modelo, el padre, el inspirador nuestro”. “¿Y en qué cosa les inspira san Pablo? ¿es que por eso viajan por el mundo?”, continua de forma insistente él que se empeña a testimoniar la fidelidad a nuestro Señor además de la oración y el trabajo, con la denominada “stabilitas loci” (frase latina para “estabilidad local”, “estabilidad de lugar” o "atado a un solo lugar"), a veces también llamada simplemente estabilidad, es la adhesión permanente de un monje o una monja a un monasterio en particular.)
En este punto abandono mi interlocutor imaginario para que siga disfrutando el estable lugar que ya le espera en mi imaginación y luego voy a buscar la respuesta que sobrepasa los instantes de aquella conversación.
¿Qué significa realmente ser paulinos?
La respuesta me lleva inevitablemente a abrir los textos del beato Alberione, que todos los miembros de la familia fundada por él aprenden a tener en mano desde los primeros meses de formación religiosa. Aquello que muchas veces exalta la mente de los jóvenes y penetra fácilmente en los corazones deseosos de cambiar el mundo es la conjugación del verbo “hacer”. Del resto, también el joven del evangelio de Mateo interpela al Maestro sobre qué cosa es necesario hacer para ganar la vida eterna (Mt 19, 16-22).
De esta manera me sumerjo nuevamente en los textos del fundador y me doy cuenta que incluso para mí (sobre todo en los primeros años de vida religiosa) el adjetivo “paulina” se entiende sobre todo con el hacer: “somos paulinos porque buscamos hacer aquello que hacía y haría hoy san Pablo, es decir, difundir el evangelio con todos los medios a nuestro alcance.
Pero, ¿está aquí contenido el núcleo de lo que llamamos “vida paulina”? Qué fue lo que ha llevado a este pequeño sacerdote del piamonte a atribuir la propia obra fundacional al apóstol de las gentes? Don Alberione afirma explícitamente que su fascinación y admiración por san Pablo comenzaron con el estudio y meditación de la carta a los romanos. Desde entonces, la personalidad, la santidad, el corazón, la intimidad con Jesús… el celo por todos los pueblos fueron objeto de meditación”. Más adelante, en el mismo escrito agrega: “En san Pablo se encuentra el discípulo que conoce al Maestro Divino en su plenitud, él lo vive todo…”. Una reflexión muy interesante.
La actividad apostólica de san Pablo no ocupa el primer lugar en la lista de sus admirables cualidades. Y luego, ¿cómo es posible que sea precisamente en la carta a los romanos y no en los hechos de los apóstoles donde se representa a Pablo en toda su labor apostólica? La carta a los romanos es considerada la penúltima de las cartas protopaulinas, escrita en el periodo en el cual Pablo había visto no solo los grandes frutos de su actividad evangelizadora, sino como se observa de las cartas precedentes, tuvo incluso que afrontar graves conflictos en las comunidades fundadas por él mismo. Las contrariedades no faltaban, incluso de parte de “su gente”. La carta a los romanos, por lo tanto, nace en el periodo en el cual se hacía más visible en la propia vida del apóstol la sabiduría de la cruz.
Es precisamente este el “tipo” de persona que ha fascinado al fundador de la familia llamada “paulina”. En otras palabras, a primera vista podría parecer que don Alberione fuese atrapado por la intrepidez de san Pablo y por su loable eficacia apostólica.
Sin embargo, una lectura más atenta de sus escritos dirigidos a comunidades cristianas muestran otro aspecto de su vida: lo fascinante del apóstol está sobre todo en su semejanza con Jesucristo. Pablo no es grande a los ojos de Alberione porque ha realizado muchas cosas por el evangelio. Pablo es grande porque ha dejado espacio en su vida a aquello que Jesucristo ha hecho por él y en él. Este descubrimiento me infunde el valor de regresar con mi interlocutor imaginario mencionado al inicio. Llamo su atención con un leve tirón de la manga de su habito religioso y le digo: “Sí, padre, san Pablo tiene tantas hijas e hijos. Incluso si no ha fundado ningún instituto religioso nosotros somos llamados “paulinos” porque tal como Pablo, nos hemos dejado aferrar completamente por Jesucristo”.